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Javier Calvo EchandiEsto va dedicado a todos los barrios de San José, sobre todo el barrio de la Calle 13, en la Plaza de la Democracia.
Un funcionario estatal en un medio local declaró que ya no quedaba ningún barrio en el centro de la ciudad. Él cómo muchos otros hace años no camina por San José, transita a diario en carro a toda velocidad para que no le quiebren un vidrio y semanalmente va a la Asamblea Legislativa, al banco, a la Caja o a la Corte, desde donde lo único que ve en dirección a la Plaza del Museo son gringos entrando a un chinamero que llaman mercado de artesanías, un sitio sin rótulo ni título de propiedad.
“La oscuridad no absuelve al verbo mentiroso...” (La Perla, de Calle 13)
Ese conjunto espontáneo convertido en mercado, toma una calle pública con el número 13 y se transforma desde hace años en un callejón de tiliches, ahí se venden desde aretes de bambú hasta camisetas de “Pura Vida”, ocarinas, hamacas y todo tipo de souvenirs.
Hoy este sitio espontáneo se convierte en la oveja negra del rebaño, decorado con pancartas que dicen “no al veto presidencial”. Uno de estos viernes se dictó sentencia, el dúo Ministra de Cultura y Alcalde de San José, anunció que el destino del espacio urbano venía ya sellado desde Zapote: se trasladan al edificio detrás de la Caja del Seguro, donde no estorben ni hagan bulla y la calle que ocupan queda libre para dar paso al Museo de la Paz. La molestia se solucionará con otro cheque chino, y los chinameros se van lejos, fuera de la vista del “circuito cívico”.
“Dormido me olvido de mi identidad…”
Un tímido alcalde, raro en él, quien otrora pusiera límites al Ministerio de Cultura y al Ejecutivo, apareció en televisión junto a la Ministra de Cultura respaldando la decisión del presidente de no permitir que se atente contra su mausoleo. Parece que hay excepciones donde los oficios de administrar la ciudad vuelven a ser asunto de estado y la Municipalidad solo obedece. Lo feo, lo cívico y lo urbano coinciden sospechosamente.
"El hombre bueno, no teme, no teme a la oscuridad…"
Hemos visto cómo de nuevo los mercados son espacios devaluados en el museo de la modernidad, aquellos lugares democráticos de reunión e intercambio, que dieron lugar en la antigua Grecia a la Asamblea, hoy son vistos como lo que afea la ciudad, antros peligrosos para los pobres gringos que son víctimas de abusos y robos, pudiendo visitar museos y galerías.
Desde la vida urbana y la pertenencia el barrio es aquel lugar basado en la proximidad o historia, y muchas veces reforzado por el antagonismo con un vecino, en este caso la Fundación Arias. El barrio es el lugar de vida y esperanzas, contexto por antonomasia de identidad.
Aquí no se perdona al tonto majadero, aquí de nada vale tu
apellido, tu dinero
Se respeta al carácter de la gente con que andamo’
Nacimo’ de mucha’ madre…pero aquí solo hay hermano’
Irónicamente las nuevos urbanistas se dan cuenta que las dinámicas urbanas son difíciles de consolidar, especialmente desde las políticas públicas, la forma en que se constituyen las redes de tráfico y circulación tienen más que ver con la vitalidad y necesidad, que de decisiones desde el poder. Incluso en las ciudades latinoamericanas las políticas urbanísticas han tendido a interrumpir circulaciones y detener vitalidades. Por lo que esta decisión es consecuente y típica del urbanismo costarricense, ampliar calles, más suburbios, hoteles, automóviles, negación al peatón como figura. En resumen, considerar al habitante de la ciudad como una abstracción, ser concebido desde la teoría como el visitante del museo, que juega ajedrez en los parques, toma espresso a las cuatro, fusionado a su automóvil, a su perro, patio y televisor. Nuestro alcalde sigue apostando a condominios de 250 mil dólares frente a la Sabana, en este San José Posible.
Si algo ha mantenido vivo la Plaza de la Democracia, por lo que resulta al ejemplo tan ofensivo para el Ejecutivo, simple planché de cemento, han sido sus vecinos, especialmente el barrio contiguo.
"¿Y tú, qué estás mirando?"
Aparece un nuevo inquilino foráneo hace algunos años: la Fundación Arias, que sin aportar a la dinámica urbana, y esto hay que cobrárselo, no sólo descubre esta vitalidad de la Calle 13, sino de una vida citadina autogestionada, un espacio donde circula gente, turistas y locales. Infiriendo torpemente que el mausoleo del caudillo provocará grandes filas para ver una medalla en la pared.
En fin, la calle 13, por más tugurienta que esté, tiene vida, y aporta a la ciudad un espacio vital con el que no cuenta ni el Museo Nacional, decadente espacio anti museístico, donde está todavía se expone aquel indio en taparrabo que nos daba risa de niños.
Lo que la Ministra de Cultura ignora es que esa intuición de establecer un circuito de museos en esa zona que asume activa, no se debe a que está la Asamblea Legislativa ni el Museo Nacional, Biblioteca y Parque Nacional, sino más bien a que la ciudad se ha apropiado sin preguntarle a sus administradores de esos espacios. Si esta lógica de la infraestructura fuera cierta el CENAC, a una cuadra de ahí, sería el Centro Cultural más grande y visitado de Centroamérica y no un espacio congelado.
No proponemos que se abra un mercado de artesanías en todos los rincones, que se cierren centros culturales y museos, pero sí el entender las carencias de la institución cultural y el poco aporte que hacen actualmente a la ciudad. No por su destino, sino por su gerencia. Quizás es un barrio el modelo a imitar, una complicidad urbana, y eso es hacer también hacer cultura. Abrir un nuevo espacio público en ocasiones puede atentar contra esos espacios vitales, vistos como rutas, espacios tomados, lugares comunes. Debemos aprender a entender los espacios públicos en su dinámica, y enmarcar la cultura dentro de una estrategia de potenciar la ciudad no hacerla un museo de “alta cultura”.
De nuevo la ciudad se ve en ocasión de defenderse a sí misma y sus barrios, entramado de rutas y espacios públicos.
“… y el que se mete con mi barrio…me cae mal.”
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