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Javier Calvo Echandi La cocaína en los noventas ya no era el opio de los pueblos, sino más bien una forma inodora e incolora, híper cafeinada y oculta de sobrevivir a nuestros tiempos. Las épocas de un cigarro de mariguana cuyo olor se percibía a kilómetros o el aliento insecticida del alcohol y tabaco, habían terminado, la cocaína no dejaba trazos, sólo discretas marcas en la cotidianidad.
La coca daba una dosis de alejamiento pero con fuerza suficiente para seguir siendo exitosos, activos, buenos amantes, buenos ciudadanos, en fin la posibilidad de seguir siendo alguien... hasta presidente.
No había degradación asociada, ni prejuicio, en el imaginario era un estimulante caro, una medicina para el diario vivir, una forma de alejarse del suicidio, metafórico o real, por falta de sentido o por aburrimiento. Una droga recreacional, permisiva discretamente por una sociedad conservadora.
Los noventas nos lanzaron sin paracaídas a una realidad desconocida, individualista, en un momento cuando nuestro “yo” no estaba preparado para convivir 24 horas con nosotros mismos. Nos descubrimos insoportables, pretenciosos, codiciosos, consumistas, pero sobre todo apocalípticos asumidos y cínicos. El fin de los tiempos nos vino como anillo al dedo, milenaristas con clase, burdos informados y sin romanticismo. El mundo debió haberse acabado en tiempos de Kennedy, pero cómo no sucedió nos quedamos solos e irradiados, tentando a nuestra suerte.
Tanta individualidad nos colocaba en la cuerda floja, con un abismo a ambos lados y al frente, caminando en zapatillas sobre un hilo delgado, muy delgado de esperanza. Caímos seducidos por la propuesta a ser actores en una película clase B del fin de los tiempos y aún así íbamos al cine a ver esa basura una y otra vez, qué más da... Si en los sesenta se buscaba pensar al mundo de manera distinta, hoy tenemos que soportarlo todo hasta la saciedad: sexo, reggetón, porno, reality shows, juegos electrónicos.
Mezclado al ritmo de los tiempos, desde los huesos nos transformamos en internautas primerizos, cínicos genéticamente dotados que escogían entre leer la pantalla o el papel, entre casarse o convivir, entre comer carbohidratos u orgánico o comprar la comida en la esquina o en una tienda virtual. Nos convertimos en fanáticos de los sitios impersonales de la red, juegos que tardan días y abordan todos los espacios, aún los nuevos lugares digitales, familiares, hasta sexuales. Todo está en red, nuestras fotos de las vacaciones, nuestro pasado y nuestro futuro.
En un mundo que se quedó sin antagonistas, todo devino gringo o pro-gringo, lo que podría ser contrapuesto se ignora o se copta, lo latino es crisis y lo europeo aburrido, lo asiático es mucho trabajo y lo africano es SIDA, lo único bueno es la Nueva Zelanda del Señor de los Anillos. Nos despertamos negando lo que éramos, intentando despertar al nuevo siglo del recién decretado libre comercio, libre empleo, libre albedrío, libre mojigatería, libre democracia y libre utopía.
Súbitamente la familia desapareció, igual que el barrio, el bus, el mercado central, sólo quedaron en las inmediaciones compañeros de oficina, cuya competencia los movería a matarte a la primera oportunidad, o los nuevos vecinos de los guetos suburbanos protegidos por un acceso restringido, donde los niños ya no salen, sólo se conectan, engordando revisan la salud de Justin Timberlake y Shakira. La solidaridad sólo se ve hoy entre las maras y las mafias, perdimos hasta lo que nos era propio.
La coca tiene la ventaja que no se socializa, de la nariz para adentro es toda tuya, sin desperdicio democrático, sin conversa previa, sin encanto ni romanticismo y en la paz del hogar. Los consumidores primeros fueron los de la generación X intentando sobrevivir a este fin del mundo, pero luego se inscribió la generación Y desde más jóvenes. La última generación probablemente nazca adicta, los bebes ya acaban con todo compulsivamente, con las paredes nasales reconstruidas como Michael Jackson.
La cocaína hizo un ingreso de lujo como un elixir típicamente capitalista, neoconservador, no engordaba ni enflaquecía, semisintética, no embrutecía ni interfería con el trabajo, nos hace más simpáticos y más guapos. Nos retrató de pies a cabeza.
Ahora ¿porqué ante tan avasalladoras consecuencias nunca probé la cocaína?, aunque se convirtió en plato de todos los días en los medios artísticos y de negocios, promocionado por la tele y los vendedores callejeros, amigo tras amigo la coca entró con la ya bien ensayada estrategia mafiosa, corrompiendo todas las instancias públicas y privadas. Transformó política, social y estéticamente lo cotidiano, por esto y lo anterior quizás fue una resistencia psicótica, metabólica y estética de ciertos sectores, que combinados con una dosis importante de ostracismo, terminé en un rechazo a la nueva sustancia.
Era tan fácil que resultaba aburrido, la sospecha pudo más que la chica guapa de la disco, el galán del barrio y futuro rico. La depresión ya no sería la misma, la tertulia filosófica tampoco, la desdicha y la peste se convertirían en algo del pasado. Definitvamente fue un rechazo al entusiasmo de seguir viviendo cómo nos lo prometieron ayer y lo estamos cumpliendo hoy.
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