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Javier Calvo EchandiMe abro paso fuera del edificio de apartamentos, entre los vidrios de unas botellas rotas, cerveza de anoche de las que solo el olor queda. Mi admirador travesti saluda a traves del cristal mientras se plancha la cabellera rubia.
Cruzan súbitamente mi camino diez jóvenes vestidos de negro, sostienen en sus manos palos que están unidos con un cordón amarillo, se mueven al unísono dirigidos por un chino viejo que da instrucciones de imitar una ola, entran en una fila a un parqueo haciendo bailar el tendedero. Como si remaran al viento ya se esboza un dragón que nos escupe fuego. Detienen todo el tránsito.
El italiano de cuclillas escribe con tiza blanca en la pizarra que está a la puerta del restaurante la ecléctica desición de captar clientes: plato del día Pollo Marsala.
La calle prinicipal está tapizada de banderas del país y de clubes de fútbol, unas estructuras enormes sostienen, como una mega tienda callejera, todos nuestras filaciones pátrias. Desde las ventanas del autobus hacen identidad nuestros semejantes, apuntando con un billete el objeto chovinista.
La ciudad crece y promueve nuestras confusiones, se hacen una con mi cerebro mientras el flaco de la farmacia intenta levantar la cortina de metal que protege el local. Se encorva y parece que quedará aplastado ante su falta de fuerza.
Una chica guapa camina por la otra acera, cuatro carriles nos separan. Carros, buses y motos, veo cómo hace malavares con 3 bolsas del super, se enreda, las sube y trata de pasarlas de mano; las dos manos ocupadas, anteojos oscuros, mete una mano en el bolsillo y bolsa de por medio, la levanta cuidadosamente y se acerca un cigarro a la boca - cuando dan ganas de fumar, ni modo - La otra mano al bolsillo, dos bolsas de por medio, no para nunca de caminar, alza el encendedor. Cigarro prendido en boca, manos a los lados de vuelta a las bolsas, sigue avanzando con la cara al viento para que el humo no le llegue a los ojos. Lista, esboza una sonrisa de placer.
La calle está viva a costa de pasos, no nos vemos ni hablamos, pero nos escuchamos...
Dos gringos y una gringa deambulan por mi misma acera buscando algo que fotografiar, hurgan entre los vendedores de artesanías, ya comprarán!
Nos adelanta el flaco habitual de domingo por la mañana, su gran hazaña es haber conseguido unos anteojos oscuros que dignifiquen la resaca sin esconderla, le dan valor y orgullo de sobreviviente. Con una chaqueta negra que lo protege del sol mañanero, sabe que el día será largo.
Puta paloma...!
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